"La mirada de Galván"


El señor Julio Galvan era un conocido empresario, muy importante, no había persona que no conociera su nombre. Se le adjudicaron varios romances con diferentes artistas pero siempre lo negaba, su esposa no debería enterarse de su romance con aquella tan famosa actriz de novelas argentinas. Julio tendría como unos 47 años, de un aspecto varonil y fuerte y una mirada profunda que hacía suspirar a cualquier persona. No le gustaba hablar mucho con la prensa, siempre se ocultaba donde podía por eso siempre le inventaban una noticia nueva, porque nunca tenían una.
Una noche regresó a su lujosa casa en la calle Arcos donde sabía que su esposa Sofía lo esperaba en su habitación como todos los días con su camisón preferido y dispuesta a cambiar el curso que estaba llevando su matrimonio; en los últimos dos años ella había notado un distanciamiento de él, tenía muchas reuniones por las noches y viajes inesperados, pero no quería dejar las cosas así, ella sospechaba de la joven actriz y una tarde el chofer Perkins la llevó a un set de fotografía para entregarle unos papeles a su marido y la encontró a ella parada al lado del fotógrafo viendo la sesión por eso le puso los puntos muy claros a la supuesta amante.
Esa noche Don Julio volvió sólo a su casa, no sabía por qué pero ya no le agradaba que su chofer lo llevara, siempre sentía sus ojos mirándolo por el espejo retrovisor y cada vez que lo ayudaba a salir del auto y tomaba su mano demoraba en soltársela; eran sólo cuestiones de impresión, pero la gota que rebalsó el vaso fue cuando lo descubrió hurtándole a su esposa un esmalte de uñas de color rojo.
- Mi amor, ya llegué… – exclamó el señor al cerrar la puerta del hall, pero Sofía no contestaba. Subió las escaleras que lo llevaría al primer piso y siguió por el largo corredor hasta la habitación que compartía con su esposa. Giró el picaporte pero estaba cerrado, golpeó - ¿Sofía, estás ahí? – pero no contestaba, era seguro que su mujer estaba ahí dentro porque no había forma de cerrar la puerta que no sea desde el interior. Fue entonces que decidió llamar a la policía.
Los efectivos de la federal llegaron lo más rápido que pudieron, revisaron paredes y puertas y comprobaron que era cierto, el dormitorio estaba completamente cerrado. Al ver la imposibilidad de abrir la puerta desde afuera le hacen un orificio para poder abrirla desde adentro. Al lograr abrirla la ven a la señora Sofía que yacía en su cama, ensangrentada y de espaldas. El señor Galvan se acerca a ella, muy nervioso, no lo podía creer y le ve un tajo que le recorre de lado a lado el cuello, la mira a los ojos… estaba como aterrorizada.
- Detective Ordoñez, tenemos otro por aquí – Julio giró su cabeza y vió a su labrador tendido en el suelo con los ojos abiertos de par en par, había sido envenenado.
Mientras el señor miraba anonadado la situación en la que se hallaba, un policía intentaba tomarle la declaración y otros revisaban la casa para encontrar alguna otra pista.
- Señor, ¿su esposa tenía algún enemigo, alguien quien quisiera hacerle daño?
- No, bueno, la verdad no sé, en este medio es imposible saberlo.
- ¿Usted tenía alguna amante?
- Sí, la señorita Clavel Parente, pero ella no sería capaz de hacerle nada a nadie.
- Señor, en estos asuntos todos son sospechosos.
Apareció en la escena la mucama, horrorizada se puso a gritar. Los policías se acercan a ella e intentan tranquilizarla, cuando lo lograron empezaron a interrogarla. Julio recordó que le había dado el día libre para que vaya a visitar a un familiar enfermo, luego divisó unas manchas rojas en su uniforme… algo no andaba bien. La miró de arriba abajo y olió en el aire el aroma al tuco en preparación, miró la alfombra blanca casi cubierta integramente de rojo y mirando sin mirar vió unas huellas casi borradas de zapato de mujer que se dirijían a la ventana… “Pero, ¿cómo? No hay forma de bajar de acá, la asesina tiene que estar acá todavía”. Se acercó sigilosamente al balconcito de la habitación, las ventanas estaban cerradas, tomó la llave que guardaba en su bolsillo y un pañuelo para no dejar sus huellas en el picaporte, miró para todos lados pero no encontró a nadie hasta que dirijió su mirada hacia las rejas que se hallaban a un costado del balcón y logró divisar unas manos grandes y belludas con las uñas pintadas de rojo se sostenían con fuerza de los barrotes.

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