"Mediodía por un sueño"



Corría el año 1880, una época difícil para las mujeres, sobre todo cuando buscaban igualdad a la hora de estudiar una carrera como medicina. Clara tendría unos 17 años, recién graduada con honores del nivel superior, siempre sintió placer por curar a las personas pero queria ser toda una profesional por eso se decidió por intentar ingresar a la escuela de medicina. Eran las doce del mediodía del último día de inscripción, ella se preparaba frente al espejo ensayando su pequeño discurso para convencer a los directivos de la facultad más prestigiosa del país. Después de practicar por enésima vez miró su reloj, las doce y cuarenta e inmediatamente se dirigió al comedor donde su madre la esperaba con la comida ya fría luego de haberla llamado durante media hora para que bajara. Clara se apuró a meter bocados, uno tras otro sin darle permiso a ninguna palabra, a su madre le había dicho que iba a estar toda la tarde en la iglesia. Dejó su plato a medio terminar y fue a ponerse su mejor vestido, el más serio y elegante, en su cuarto volvió a ensayar su discurso, sus gestos y ademanes; al terminar, no muy convencida, se guiñó el ojo a si misma en el espejo, besó el crucifijo que colgaba en la cabecera de su cama, tomó unos papeles y los escondió bajo su ropa y se colocó la mantilla blanca sobre su cabeza.

La facultad quedaba a unas cinco cuadras que Clara caminó de prisa pero con cuidado, mientras avanzaba se imaginaba recibiendo su diploma como médica, la primera en el país, sus ilusiones se iban acrecentando a medida que se acercaba a su destino. Al llegar lo primero que hizo fue pasar horas mirando las instalaciones, no podía creer dónde estaba parada, recorrió las aulas, las habitaciones y la sala de urgencias y se imaginaba de nuevo atendiendo a la gente que ingresaba o revisando algún paciente que llevara dias en el hospital.
Clara no notó el paso de las horas, no se había dado cuenta que ya estaba tan cerca del horario límite para la inscripción; fue de prisa a solicitar las planillas pero se negaron a entregárselas. Muy enfadada fue a poner a prueba aquel discurso que tanto practicó frente al espejo para decírselo al rector de la facultad, ese que tenía la ultima palabra. Golpeó la enorme puerta de su oficina, al escuchar el “adelante” del otro lado puso su mano sobre el picaporte y la abrió, pudo ver su escritorio de roble antiguo, algunas plantas y unas cortinas oscuras entreabiertas, del otro lado del escritorio había un sillón de color verde donde estaba sentado un hombre de unos 45 años de cabellos negros. Entró con paso firme y decidida a enfrentar lo que sea a cualquier precio. Se sacó la mantilla blanca de su cabeza, el hombre puso los codos sobre el mueble y con una sonrisa de cortesía le preguntó qué deseaba a lo que ella contestó con aquel ensayado discurso.
- Señorita, discúlpeme, pero aquí no se aceptan mujeres, las mujeres están para complacernos a nosotros, para estar en sus casas preparando la comida y atendiendo a la familia. Es imposible que usted sea médica. Lo lamento pero tendrá que retirarse.
Ella insistió, le relató sus escondidos deseos por graduarse, las mentiras que le dijo a su madre para poder inscribirse, pero el rector no entraba en razón. Clara cada vez estaba más cerca de él a medida que su temperamento subía cuando más se negaba a darle un sí. El hombre ojeaba los papeles que le había entregado donde figuraban sus notas, los premios que había logrado durante toda su educación; luego de unos minutos los acomodó y se los entregó a Clara repitiéndole sus escasas probabilidades de lograr lo que quería, pero en ese instante sus manos se rozaron y ella dejó caer los papeles al piso, lo miró a los ojos y acercando su cuerpo al de él le dijo que estaba dispuesta a hacer lo que sea con tal de ingresar a medicina. Él con una mezcla de satisfacción y de perversidad en su rostro aceptó la oferta y le propuso encontrarse a las diez de la noche en su oficina. Ella levantó las hojas del piso, las guardó entre sus ropas y se volvió a colocar la mantilla, salió del recinto algo apenada por lo que estaba a punto de hacer con tal de satisfacer sus sueños pero pensó que era lo mejor, que lo tenía que hacer.
Llegó a su casa donde lo esperaban en la sala de estar sus padres y Horacio para cenar, el muchacho era con quien se iba a casar dentro de unos meses e iba a dedicar su vida entera a cuidar a su propia familia, tal como lo hizo su madre, su abuela y todas las mujeres a las que conoció. Él le besó la mano y le entregó un ramo de flores que llevaba escondido en su espalda, Clara las tomó y las colocó en un jarrón sobre la mesita de café. Los tres estaban con enormes sonrisas en sus rostros, su prometido ya tenía la fecha para su casamiento por iglesia. Ella no prestó mucha atención, estaba emocionada, sí, pero no dejaba de pensar en lo que iba a ocurrir unas horas después en la oficina del rector Maeni.
Ella no pronunció palabra en toda la cena, tenía el corazón inundado de regocijo porque dentro de un mes se casaría, sin embargo anhelaba tanto ser una doctora que sus sueños de ser la esposa de Horacio quedaron en segundo plano. Clara había terminado de tomar el último trago de agua para retirarse a su habitación y escabullirse por la ventana cuando su madre le dijo que sobre su cama le había dejado algo; se despidió de su prometido y a toda prisa subió las cortas escaleras, abrió la puerta y vio tendido sobre su cama el vestido blanco de novia de su madre, que había sido arreglado a la perfección de tal manera que parecía nuevo, pero Clara no quería probárselo, no quería arrepentirse de lo que iba a hacer dentro de unos minutos al recordarse vestida de blanco. Así que colocó una mantilla negra sobre su cabeza y esperó escuchar el sonido de la puerta de la habitación de sus padres cerrarse; mientras unía las sábanas y ataba uno de los extremos a la pata de un mueble. Abrió muy despacio la ventana que daba al patio trasero, lanzó el otro extremo de la sábana hacia fuera, sacó una pierna y luego la otra, bajó lentamente hasta el final donde dio un pequeño salto y cayo sobre algunos arbustos, se sacudió un poco el pasto y la tierra de su vestido negro y acomodó su enagua. Tomó el camino más corto, intentando que nadie la viera, se tapó casi toda la cara con la mantilla y avanzó mirando el suelo esperando que nadie la reconociera. Llegó al hospital escuela, subió hasta el segundo piso y derecho hasta la enorme puerta que la separaba de su primera relación intima con un hombre; esa vez no golpeó, solo entró y vio sentado en uno de los sillones al rector, él se levantó, se acercó a ella y acarició una de sus mejillas, Clara corrió su cara con algo de repugnancia, al hombre no le importó, fue hacia la puerta y la cerro con llave. La miró con deseo, se aproximó por detrás y le quitó la mantilla y le besó el cuello, con sus manos recorría su cuerpo y rápidamente comenzó a quitarle la ropa. Clara se perdía cada vez más en ese callejón sin retorno.
El encuentro culminó, ella se vistió y le preguntó al doctor Maeni cuándo le iba a dar las fichas de inscripción, a lo que él le contestó con una sonrisa irónica y una caricia en su rostro…
- Querida, ¿en realidad creyó que le iba a dejar que se inscriba?, ninguna mujer ha podido entrar a esta carrera y usted no será la excepción.
Clara no lo podía creer, había puesto en juego su noviazgo y su futura boda por nada. Comenzó a caminar por toda la oficina, alteradísima, miró para todos lados y logró ver algo que no habia visto antes, un retrato de él junto a una mujer y un niño pequeño y le salió de adentro la mujer de radioteatros:
- ¿Son su esposa y su hijo, verdad? – el doctor asintió con la cabeza – sería una pena que se rompiera aquel lazo tan importante que los une cuando yo le comente a su mujer que usted tuvo relaciones conmigo, ¿no le parece?
Maeni se sobresaltó, nunca creyó que aquella joven inexperta podría pensar algo asi y comenzó él a caminar por toda la oficina, se sentó en su sillón del escritorio y divisó el cuchillo para abrir sobres, lo tomó y lo ocultó en su espalda, se acercó despacio hacia Clara y sin preámbulos le clavó el cuchillo una y otra vez en su pecho, a ella la tomó tan de improviso que no tuvo tiempo de defenderse y cayo desplomada al piso, un charco de sangre se esparcía por el suelo, sus pupilas se dilataban y su respiración se entrecortaba hasta dar el último que le quitó la vida. El doctor se volvió a sentar en el sillón, encendió su pipa mientras miraba el cadáver de la ingenua muchacha que creyó en sus palabras, se sonrió, la seguía mirando mientras inspiraba el humo y lo largaba por la boca. Mientras se fumaba su quinta pipa comenzó a escribir algo en un papel que dobló y guardó en su bolsillo, luego abrió la puerta de su oficina, salió al pasillo para confirmar que no había quedado nadie en el segundo piso, regresó y tomó a Clara de los brazos y la arrastró hasta el aula más cercana, la sentó en uno de los pupitres, colocó el cuchillo sobre el piso cerca de ella, sacó el papel de su bolsillo y lo puso sobre su falda. Maeni miró de lejos esa imagen, esbozó una sonrisa y se fue como si nada hubiera pasado rumbo a su casa.
Eran las once cincuenta de la noche, el sereno de turno comenzó el recorrido correspondiente para comprobar que todo haya quedado en orden, vio a los médicos de guardia atendiendo a una mujer que estaba por dar a luz. Recorrió, todo en orden, luego subió al segundo, donde se ubicaban los salones de estudio; al llegar al aula magna encontró a Clara sentada tal como la había dejado Maeni, se acercó, había visto el papel sobre su falda, lo tomó y comenzó a leer: “No me importa vivir si no puedo ser médica, deshonré a mi familia mintiéndole sobre lo que quería pero si no puedo curar a la gente no quiero que nadie me cure a mi. Adiós. Clara.”

Comentarios

  1. Eso pasa por arriesgarse.
    Pero tambien es bueno.
    Clara queria que se tomaran de enserio a las mujeres pero no lo logro.

    Bueno, no.
    Buenisimo :)

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